domingo, 13 de abril de 2014

Sobre "Amadeus". Tercera parte.



Cuando Mozart estrena El rapto del serrallo está a punto de casarse con su prometida, Constanza Weber, hija de su casera en Viena. La película hace algunas alusiones a la infidelidad de Mozart con respecto a ésta. Ciertamente a Mozart siempre le atrajo la diversión, pero -y aunque nunca se podrá saber a ciencia cierta qué es lo que realmente llegaba a hacer en su tiempo libre-, Mozart sintió una amor muy apasionado y sincero hacia su mujer durante toda su corta vida y así lo demuestran las preciosas cartas que durante muchos años le dirigió. A pesar de ello, Mozart se casa sin el consentimiento de su padre, pero ya hemos comentado anteriormente que lo que no quería Don Leopoldo era que su hijo se instalara en Viena, pero no es que tuviera algún prejuicio concebido especialmente contra Constanza.
El matrimonio Mozart tuvo solamente dos hijos (el más pequeño, que nació solamente cinco meses antes de que su padre muriera, es omitido en la película). Vivían de algunos encargos ocasionales que se le hacían a Mozart como compositor y también de algún dinero que esporádicamente le pagaban algunos alumnos (pocos) que recibieron clases de él, pero, sobre todo, de los conciertos que ofrecía habitualmente como pianista, los cuales le hicieron cobrar bastante fama.  Escribía también mucha música sencilla para piano o instrumentos solistas para que las jóvenes aristócratas pudieran tocarlas en las reuniones de sociedad. Si escuchamos ahora mucha de la música de cámara de esta época (es decir, aquella que se tocaba en fiestas o reuniones privadas), seguramente nos parecerá una música sencilla y agradable, y esto es así porque fue compuesta para que la tocasen en su casa músicos aficionados, que nunca podrían superar las dificultades técnicas que un Mozart o un Beethoven podían alcanzar en sus conciertos públicos. La vida de esta familia nunca fue fácil si hablamos en términos de economía doméstica. Contrajeron continuas deudas que nunca eran capaces de saldar; situación que en los últimos años de la vida de Mozart se acentuó de una manera dramática.
Además del talante poco sumiso de Mozart frente a sus benefactores, la película también quiere atribuir a Mozart un cierto espíritu revolucionario en lo que a la situación política se refiere. En diversas ocasiones se presentan situaciones que plantean un determinado conflicto político: Cuando, por ejemplo, el Emperador José II se muestra partidario de la escritura de una ópera en el idioma alemán dando fe de esta manera de una cierta causa nacionalista, o también cuando se plantea el problema del "ballet" en la ópera. La inclusión de números de "ballet" en las óperas había sido un invento genuinamente francés (sobre todo de Luis XIV, "el Rey Sol") del que, lógicamente, la corte austríaca había querido distanciarse. La reivindicación por parte de Mozart de uno de éstos números supone, por tanto, cierto "afrancesamiento", que precisamente en vísperas de la Revolución Francesa y en tiempos de la llamada "Ilustración" (en la que los filósofos e ideólogos franceses habían cobrado una importancia gigantesca) podría querer decir algo de los intereses del propio Mozart.
Otro asunto de importancia política que nos es presentado en la película es el de la composición de otra de las óperas de Mozart: Las Bodas de Fígaro. Esta obra había sido efectivamente prohibida en gran parte de Europa, porque, tal y cómo comenta el Emperador en la película: "puede fomentar el odio entre clases". José II incluso llega a apuntar: "Esta obra ha resultado muy peligrosa en Francia; mi hermana Maria Antonieta dice que esta llegando a temer a su pueblo" (Recordemos que la citada Maria Antonieta fue la esposa de Luis XVI, rey de Francia en el momento de explosión de la Revolución Francesa, y que ambos fueron guillotinados a manos de su pueblo en 1793, es decir, tan solo 7 años después del estreno de Las Bodas de Fígaro, y, por tanto, del mencionado supuesto comentario del Emperador a sus compositores de cámara.)
Las Bodas de Fígaro es una obra comprometida políticamente porque trata de un tema espinoso: el supuesto derecho a la prima nocte (primera noche, noche de bodas), según el cuál los nobles durante la Edad Media tenían derecho a gozar de la virginidad de sus sirvientes femeninas antes que los propios esposos con los que éstas contrajesen matrimonio. En la ópera, El Conde de Almaviva ha renunciado teóricamente a dicho derecho por aparentar ser un "aristócrata moderno". A la hora de la verdad, es decir, en el momento en que su sirviente más fiel (Fígaro) va a casarse con una de las criadas más guapas (Susana), el conde parece hacerse el sueco en lo que respecta a su anterior renuncia y parece querer aprovecharse del antiguo derecho. En torno a esta situación se organiza un enredo bastante complicado y divertido en el que finalmente los sirvientes salen ganadores frente al aristócrata que no tiene más remedio que dar su brazo a torcer y que incluso llega a ser, en cierto, modo ridiculizado en la obra.
Seguramente, de todos modos, no tenemos razones para considerar a Mozart un revolucionario al pie de la letra, pero lo que sí puede afirmarse, sin duda es que fue un hombre bastante avanzado ideológicamente para su tiempo y suficientemente libre como para saltar por encima de muchas convenciones que le parecían anticuadas. Cómo se las arregló, efectivamente, para pasar por alto la prohibición de Jose II y estrenar la ópera, hoy en día sigue resultando un misterio.


 (En esta ópera Mozart rinde un homenaje a la adolescencia con el personaje de Cherubino, un chico  invadido por unas hormonas recién estrenadas y con el que coquetean todas las mujeres del palacio. Este papel suelen cantarlo mujeres, mezzosopranos y, se dice, que en ocasiones este papel llegó a interpretarlo el propio Mozart. La traduccón de este aria, aquí:


Ya no sé lo que soy, lo que hago...
unas veces soy de fuego, otras de hielo...
cualquier mujer me hace cambiar de color,
cualquier mujer me hace palpitar.
Con solo escuchar el nombre de amor, de gozo,
se me turba, se me altera el pecho
y me obliga a hablar de amor,
¡Un deseo, un deseo que no puedo explicar!
Hablo de amor despierto,
hablo de amor soñando,
al agua, a la sombra, a los montes,
a las flores, hierbas, fuentes,
al eco, al aire y a los vientos
que el sonido de mis vanos acentos
se llevan consigo.
Y si no tengo quien me oiga,
hablo de amor conmigo mismo.

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